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que con las nubes de antaño y si no me acuerdo mal, he oído decir al cura de nuestro pueblo, que no es de personas cristianas ni discretas mirar en estas niñerías; y aún vuesa merced mismo me lo dijo los días pasados, dándome á entender que eran tontos todos aquellos cristianos que miraban en agüeros; y no es menester hacer hincapié en esto, sino pasemos adelante, y entremos en nuestra aldea.

Llegaron los cazadores, pidieron su liebre y diósela don Quijote: pasaron adelante y á la entrada del pueblo toparon en un pradecillo rezando al cura y al bachiller Carrasco. Y es de saber que Sancho Panza había echado sobre el rucio y sobre el lío de las armas, para que sirviese de repostero, la túnica de bocací pintada de llamas de fuego que le vistieron en el castillo del duque la noche que volvió en sí Altisidora. Acomodóle también la coroza en la cabeza, que fué la más nueva transformación y adorno con que se vió jamás jumento en el mundo. Fueron luego conocidos los dos del cura y del bachiller, que se vinieron á ellos con los brazos abiertos. Apeóse don Quijote, y abrazólos estrechamente; y los mochachos, que son linces no escusados, divisaron la coroza del jumento, y acudieron á verle, y decían unos á otros: Venid, mochachos, y veréis el asno de Sancho Panza más galán que Mingo, y la bestia de don Quijote más flaca hoy que el primer día. Finalmente, rodeados de mochachos y acompañados del cura y del bachiller entraron en el pueblo, y se fueron á casa de don Quijote, y hallaron á la puerta della al ama y su sobrina, á quien ya habían llegado las nuevas de su venida. Ni más ni menos se las habían dado á Teresa Panza, mujer de Sancho, la cual desgreña-