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detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa, sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, á punto de muerte: querría hacerla de tal modo que diese á entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco; que puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, á mis buenos amigos el cura, el bachiller Sansón Carrasco, y á maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento. Pero deste trabajo se excusó la sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vió don Quijote cuando dijo:

—Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de Mancha, sino Alonso Quijano, á quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje: ya me son odiosas todas las historias profanas del andante caballería ya conozco mi necedad, y el peligro en que me pusieron haberlas leído: ya por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino.

Cuando esto le oyeron decir los tres, creyeron sin duda que alguna nueva locura le había tomado.

Y Sansón le dijo:

— Ahora, señor don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuesa merced con eso, y agora que estamos tan á pique de ser pastores, para pasar cantando la vida como unos príncipes, quiere vuesa merced hacerme ermitaño? Calle por su vida, vuelva en sí, y déjese de cuentos.