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1 —No te dije yo, Sancho, dijo á esta sazón don Quijote, que habíamos llegado donde he de mostrar á do llega el valor de mi brazo? Mira qué de malandrines y follones me salen al encuentro; mira cuántos vestiglos se me oponen; mira cuántas feas cataduras nos hacen cocos: pues ahora lo veréis, bellacos; y puesto en pie en el barco, con grandes voces comenzó á amenazar á los molineros diciéndoles: Canalla malvada y peor aconsejada, dejad en su libertad y libre albedrío á la persona que en esa vuestra fortaleza ó prisión tenéis oprimida, alta ó baja, de cualquiera suerte ó calidad que sea, que yo soy don Quijote de la Mancha, llamado el caballero de los Leones por otro nombre, á quien está reservado por orden de los altos cielos el dar fin felice á esta aventura; y diciendo esto echó mano á su espada, y comenzó á esgrimirla en el aire contra los molineros, los cuales oyendo y no entendiendo aquellas sandeces, se pusieron con sus varas á detener el barco, que ya iba entrando en el raudal y canal de las ruedas.

Púsose Sancho de rodillas pidiendo devotamente al cielo le librase de tan manifiesto peligro, como lo hizo por la industria y presteza de los molineros, que oponiéndose con sus palos al barco, le detuvieron, pero no de manera que dejasen de trastornar el barco, y dar con don Quijote y con Sancho al través en el agua: pero vínole bien á don Quijote, que sabía nadar como un ganso, aunque el peso de las armas le llevó al fondo dos veces; y si no fuera por los molineros, que se arrojaron al agua, y los sacaron como en peso á entrambos, allí había sido Troya para los dos. Puestos en tierra, más mojados que muertos de sed, Sancho, puesto de rodillas, las manos juntas y los ojos clavados al cielo,