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cerca conoció que eran cazadores de altanería. Llegóse más, y entre ellos vió una gallarda señora sobre un palafrén ó hacanea blanquísima, adornada de guarniciones verdes y con su sillón de plata.

Venía la señora asimismo vestida de verde, tan bizarra y ricamente, que la misma bizarría venía transformada en ella. En la mano izquierda traía un azor, señal que dió á entender á don Quijote ser aquella alguna gran señora que debía serlo de todos aquellos cazadores, como era la verdad: y así dijo á Sancho:

1 —Corre, hijo Sancho, y dí á aquella señora del palafrén y del azor, que yo, el caballero de los Leones, beso las manos á su gran fermosura; y que si su grandeza me da licencia se las iré á besar, y á servirla en cuanto mis fuerzas pudieren y su alteza me mandare: y mira, Sancho, como hablas, y ten cuenta de no encajar algún refrán de los tuyos en tu embajada.

—Hallado os le habéis el encajador, respondió Sancho: á mí con eso, sí, que no es esta la vez primera que he llevado embajadas á altas y crecidas señoras en esta vida.

—Si no fué la que llevaste á la señora Dulcinea, replicó don Quijote, yo no sé que hayas llevado otra, á lo menos en mi poder.

—Así es verdad, respondió Sancho, pero al buen pagador no le duelen prendas, y en casa llena presto se guisa la cena: quiero decir, que á mí no hay que decirme ni advertirme de nada, que para todo tengo y de todo se me alcanza un poco.

—Yo lo creo, Sancho, dijo don Quijote; ve en buen hora, y Dios te guíe.

Partió Sancho de carrera, sacando de su paso al -