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rucio, y llegó donde la bella cazadora estaba, y apeándose, puesto ante ella de hinojos le dijo:

—Hermosa señora, aquel caballero que allí se parece, llamado el caballero de los Leones, es mi amo, y yo soy un escudero suyo á quien llaman en su casa Sancho Panza: este tal caballero de los Leones, que no ha mucho que se llamaba el de la Triste Figura, envía por mí á decir á vuestra grandeza sea servida de darle licencia para que con su propósito y beneplácito y consentimiento, él venga á poner en obra su deseo, que no es otro, según él dice y yo pienso, que de servir á vuestra encumbrada altanería y fermosura, que en dársela vuestra señoría hará cosa que redunde en su pró, y él recibirá señaladísima merced y contento.

—Por cierto, buen escudero, respondió la señora, vos habéis dado la embajada vuestra con todas aquellas circunstancias que las tales embajadas piden; levantáos del suelo, que escudero de tan gran caballero como es el de la Triste Figura, de quien ya tenemos acá mucha noticia, no es justo que esté de hinojos: levantáos, amigo, y decid á vuestro señor, que venga mucho enhorabuena á servirse de mí y del Duque mi marido en una casa de placer que aquí tenemos.

Levantóse Sancho admirado, así de la hermosura de la buena señora, como de su mucha crianza y cortesía, y más de lo que le había dicho que tenía noticia de su señor el caballero de la Triste Figura: y que si no le había llamado el de los Leones debía de ser por habérsele puesto tan nuevamente.

Preguntóle la duquesa (cuyo título aun no se sabe):

—Decidme, hermano escudero, ¿este vuestro señor no es uno de quien anda impresa una historia