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que como no nacen príncipes no aciertan á enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que queriendo mostrar á los que ellos gobiernan á ser limitados, les hacen ser miserables; destos tales digo que debía de ser el grave religioso, que con los duques salió á recebir á don Quijote. Hiciéronse mil corteses comedimientos, y finalmente cogiendo á don Quijote en medio se fueron á sentar á la mesa. Convidó el duque á don Quijote con la cabecera de la mesa; y aunque él la rehusó las importunaciones del duque fueron tantas, que la hubo de tomar. El eclesiástico se sentó frontero, y el duque y la duquesa á los dos lados. A todo estaba presente Sancho, embobado y atónito de ver la honra que á su señor aquellos príncipes le hacían; y viendo las muchas ceremonias y ruegos que pasaron entre el duque y don Quijote para hacerle sentar á la cabecera de la mesa, dijo:

—Si sus mercedes me dan licencia les contaré un cuento que pasó en mi pueblo acerca desto de los asientos.

Apenas hubo dicho esto Sancho, cuando don Quijote tembló, creyendo sin duda alguna que había de decir alguna necedad. Miróle Sancho, y entendióle, y dijo:

—No tema vuesa merced, señor mío, que yo me desmande, ni que diga cosa que no venga muy á pelo, que no se me han olvidado los consejos que poco ha vuesa merced me dió sobre el hablar mucho ó poco, bien ó mal.

—Yo no me acuerdo de nada, Sancho, respondió don Quijote; dí lo que quisieres, como lo digas presto.