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rábanle todos los que presentes estaban, que eran muchos; y como le veían con media vara de cuello más que medianamente moreno, los ojos cerrados y las barbas llenas de jabón, fué gran maravilla y mucha discreción poder disimular la risa: las doncellas de la burla tenían los ojos bajos sin osar mirar á sus señores; á ellos les retozaba la cólera y la risa, en el cuerpo, y no sabían á qué acudir: ó á castigar el atrevimiento de las muchachas, ó darles premio por el gusto que recibían de ver á don Quijote de aquella suerte. Finalmente, la doncella del aguamanil vino, y acabaron de lavar á don Quijote, y luego la que traía las toallas le limpió y le enjugó muy reposadamente; y haciéndole todas cuatro á la par una grande y profunda reverencia, se querían ir; pero el duque, porque don Quijote no cayese en la burla, llamó á la doncella de la fuente, diciéndole:

—Venid y lavadme á mí, y procurad que no se os acabe el agua.

La muchacha, aguda y diligente, llegó y puso la fuente al duque como á don Quijote, y dándose priesa le lavaron y jabonaron muy bien, y dejándole enjuto y limpio, haciendo reverencias se fueron. Después se supo que había jurado el duque que si á él no le lavaran como á don Quijote, había de castigar su desenvoltura, la cual habían enmendado discretamente con haberle á él jabonado.

Estaba atento Sancho á las ceremonias de aquel lavatorio, y dijo entre sí:

—Válame Dios, 1 si será también usanza en esta tierra lavar las barbas á los escuderos como á los caballeros! porque en Dios y en mi ánima que lo he bien de menester, y aunque si me las rapasen á navaja lo tendría más á beneficio.