que todas le prestasen atento oído, especialmente Dorotea, que despierta estaba, á cuyo lado dormía doña Clara de Viedma, que así se llamaba la hija del oidor. Nadie podía imaginar quién era la persona que tan bien cantaba, y era una voz sóla sin que la acompañase instrumento alguno. Unas veces les parecía que cantaban en el patio, otras que en la caballeriza; y estando en esta confusión muy atentas, llegó á la puerta del aposento Cardenio, y dijo:
ve —Quien no duerme, escuche, que oirán una voz de un mozo de mulas, que de tal manera canta que encanta.
—Ya lo oimos, señor, respondió Dorotea, y con esto se fué Cardenio; y Dorotea, poniendo toda la atención posible, entendió que lo que se cantaba era esto:
CAPITULO XLIII
Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas, con otros estraños acaecimientos en la venta sucedidos.
Marinero soy de amor, y en su piélago profundo navego sin esperanza de llegar á puerto alguno.
Siguiendo voy á una estrella que desde lejos descubro, más bella y resplandeciente que cuantas vió Palinuro,