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dará satisfecho de la fe que le mantuve hasta el último trance de la vida.

Había en este entre tanto vuelto Dorotea en sí, y había estado escuchando todas las razones que Luscinda dijo, por las cuales vino en conocimiento de quién era ella; y viendo que don Fernando aún no la dejaba de sus brazos ni respondía á sus razones, esforzándose lo más que pudo, se levantó y se fué á hincar de rodillas á sus pies, y derramando mucha cantidad de hermosas y lastimeras lágrimas así le comenzó á decir:

—Si ya no es, señor mío, que los rayos deste sol que en tus brazos eclipsado tienes, te quitan y 'ofuscan los de tus ojos, ya habrás echado de ver que la que á tus pies está arrodillada es la sin ventura hasta que tú quieras, y la desdichada Dorotea. Yo soy aquella labradora humilde, á quien tá por tu bondad ó por tu gusto quisiste levantar á la alteza de poder llamarse tuya: soy la que encerrada en los límites de la honestidad vivió vida contenta, hasta que á las voces de tus importunidades, y al parecer justos y amorosos sentimientos, abrió las puertas de su recato y te entregó las llaves de su libertad: dádiva de ti tan mal agradecida, cual lo muestra bien claro haber sido forzoso hallarme en el lugar donde me hallas, y verte yo á ti de la manera que te veo. Pero con todo esto no querría que cayese en tu imaginación pensar que he venido aquí con pasos de mi deshonra, habiéndome traído sólo los del dolor y sentimiento de verme de ti olvidada. Tú quisiste que yo fuese tuya, y quisístelo de manera que aunque ahora quieras que no lo sea, no será posible que tú dejes de ser mío. Mira, señor mío, ue puede ser recompensa á la hermosura y nobleza por quien me de-