Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo II (1908).pdf/22

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 18 —

ojos tiene los suyos bañando de licor amoroso el rostro y pecho de su verdadero esposo. Por quien Dios es te ruego, y por quien tú eres te suplico, que este tan notorio desengaño no sólo no acreciente tu ira, sino que la mengüe en tal manera, que con quietud y sosiego permitas que estos dos amantes le tengan sin impedimento tuyo todo el tiempo que el cielo quisiere concedérselo, y en esto mostrarás la generosidad de tu ilustre y noble pecho, y verá el mundo que tiene contigo más fuerza la razón que el apetito.

En tanto que esto decía Dorotea, aunque Cardenio tenía abrazada á Luscinda, no quitaba los ojos de don Fernando, con determinación de que si le viese hacer algún movimiento en su perjuicio, procurar defenderse y ofender como mejor pudiese á todos aquellos que en su daño se mostrasen, aunque les costase la vida. Pero á esta sazón acudieron los amigos de don Fernando, y el cura y el barbero, que á todo habían estado presentes, sin que faltase el bueno de Sancho Panza, y todos rodeaban á don Fernando, suplicándole tuviese por bien de mirar las lágrimas de Dorotea, y que siendo verdad, como sin duda ellos creían que lo era, lo que en sus razones había dicho, que no permitiese quedase defraudada de sus tan justas esperanzas: que considerase que no acaso como parecía, sino con particular providencia del cielo se habían todos juntado en lugar donde menos ninguno pensaba; y que advirtiese, dijo el cura, que sola la muerte podía apartar á Luscinda de Cardenio y aunque los dividiesen filos de alguna espada, ellos tendrían por felicísima su muerte, y que en los casos irremediables era suma cordura, forzándose y venciéndose á sí mismo, mostrar un