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—Pues aunque estuviera más, gustara yo de caminallas á trueco de hacer tan buena obra.

Salió en esto don Quijote armado de todos sus pertrechos con el yelmo, aunque abollado, de Mambrino en la cabeza, embrazado de su rodela y arrimado á su tronco ó lanzón. Suspendió á don Fernando y á los demás la estraña presencia de don Quijote, viendo su rostro de media legua de andadura, seco y amarillo, la desigualdad de sus armas y su mesurado continente, y estuvieron callando hasta ver lo que él decía, el cual con mucha gravedad y reposo, puestos los ojos en la hermosa Dorotea, dijo:

—Estoy informado, hermosa señora, deste mi escudero, que la vuestra grandeza se ha aniquilado, y vuestro sér se ha deshecho, porque de reina y gran señora que solíades ser, os habéis vuelto en una particular doncella. Si esto ha sido por orden del rey nigromante, vuestro padre, temeroso que yo no os diese la necesaria y debida ayuda, digo que no supo ni sabe de la misa la media, y que fué poco versado en las historias caballerescas; porque si él las hubiera leído y pasado tan atentamente y con tanto espacio como yo las pasé y leí, hallara á cada paso como otros caballeros de menor fama que la mía habían acabado cosas más dificultosas, no siéndolo mucho matar á un gigantillo, por arrogante que sea, porque no ha muchas horas que yo me vi con él, y... quiero callar, porque no me digan que miento; pero el tiempo, descubridor de todas las cosas, lo dirá cuando menos lo pensemos.

—Visteos vos con dos cueros, que no con un gigante, dijo á esta sazón el ventero, al cual mandó don Fernando que callase, y no interrumpiese la