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baselo con mucho sosiego mirando don Quijote, y como lo vió caer, saltó de su caballo, y con mucha ligereza se llegó á él, y poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese, sino, que le cortaría la cabeza. Estaba el vizcaíno tan turbado que no podía responder palabra, y él lo pasara muy mal, según estaba ciego don Quijote, si las señoras del coche, que hasta entonces con gran desmayo habían mirado la pendencia, no fueran adonde estaba, y le pidieran con mucho encarecimiento les hiciese tan grande merced y favor de perdonar la vida á aquel su escudero. A lo cual don Quijote respondió con mucho entono y gravedad:

—Por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedís; mas ha de ser con una condición y concierto, y es que este caballero me ha de prometer de ir al lugar del Toboso y presentarse de mi parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga dél lo que más fuere de su voluntad.

La temerosa y desconsolada señora, sin entrar en cuenta de lo que don Quijote pedía, y sin preguntar quién Dulcinea fuese, le prometió que el escudero haría todo aquello que de su parte le fuese mandado.

—Pues en fe de esa palabra, yo no le haré más daño, puesto que se lo tenía bien merecido.

CAPITULO X De los graciosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza su escudero.

Ya en este tiempo se había levantado Sancho Panza algo maltratado de los mozos de los frailes, y había estado atento á la batalla de su señor don