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Quijote, y rogaba á Dios en su corazón fuese servido de darle vitoria, y que en ella ganase alguna ínsula de donde le hiciese gobernador, como se lo había prometido. Viendo pues ya acabada la pendencia, y que su amo volvía á subir sobre Rocinante, llegó á tenerle el estribo, y antes que subiese se hincó de rodillas delante de él, y asiéndole de la mano se la besó y le dijo:

—Sea vuestra merced servido, señor don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo. A lo cual respondió don Quijote :

—Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las á esta semejantes no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza ó una oreja menos tened paciencia, que aventuras se ofrecerán, donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más adelante.

Agradecióselo mucho Sancho, y besándole otra vez la mano y la falda de la loriga, le ayudó á subir sobre Rocinante; y él subió sobre su asno y cor menzó á seguir á su señor, que á paso tirado, sin despedirse ni hablar más con las del coche, se entró por un bosque que allí junto estaba. Seguíale Sancho á todo el trote de su jumento; pero caminaba tanto Rocinante, que viéndose quedar atrás, le fué forzoso dar voces á su amo que se aguardase.

Hízolo así don Quijote, teniendo las riendas á Rocinante hasta que llegase su cansado escudero, el cual en llegando le dijo:

—Paréceme, señor, que sería acertado irnos á