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cho para los quebrantamientos de huesos como lo es para las feridas.

Pues á tenerla yo aquí, desgraciado yo, ¿qué nos faltaba? respondió don Quijote. Mas yo te juro, Sancho Panza, á fe de caballero andante, que antes que pasen dos días (si la fortuna no ordena otra cosa) la tengo de tener en mi poder, ó mal me han de andar las manos.

—Pues en cuántos le parece á vuestra merced que podremos mover los pies? replicó Sancho Panza.

—De mí sé decir, dijo el molido caballero don Quijote, que no sabré poner término á esos días; mas yo me tengo la culpa de todo, que no había de poner mano á la espada contra hombres que no fuesen armados caballeros como yo, y así creo que en pena de haber pasado las leyes de la caballería, ha permitido el dios de las batallas que se me diese este castigo; por lo cual, hermano Sancho, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré, porque importa mucho á la salud de entrambos; y es que cuando veas que semejante canalla nos hace algún agravio, no aguardes á que yo ponga mano á la espada para ellos, porque no lo haré en ninguna manera, sino pon tú mano á tu espada y castígalos muy á tu sabor, que si en su ayuda y defensa acudieren caballeros, yo te sabré defender y ofendellos con to lo mi poder, que ya habrás visto por mil señales y experiencias hasta dónde se extiende el valor deste mi fuerte brazo: tal quedó de arrogante el pobre señor con el vencimiento del valiente vizcaíno. Mas no le pareció tan bien á Sancho Panza el aviso de su amo, que dejase de responder diciendo:

—Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sose-