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nosotros no más de dos, y aun quizá nosotros sino uno y medio?

—Yo valgo por ciento, replicó don Quijote, y sin hacer más discursos, echó mano á su espada y arremetió á los yangüeses, y lo mesmo hizo Sancho Panza incitado y movido del ejemplo de su amo: y á las primeras, dió don Quijote una cuchillada á uno que le abrió un sayo de cuero de que venía vestido, con gran parte de la espalda.

Los yangüeses, que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos siendo ellos tantos, acudieron á sus estacas, y cogiendo á los dos en medio, ccmenzaron á menudear sobre ellos con grande ahinco y vehemencia. Verdad es, que al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mismo le avino á don Quijote, sin que le valiese su destreza y buen ánimo. Y quiso su ventura que viniese á caer á los pies de Rocinante, que aun no se había levantado; donde se echa de ver la furia con que machacan estacas puestas en manos rústicas y enojadas. Viendo pues, los yangüeses el mal recado que habían hecho, con la mayor presteza que pudieron cargaron su recua y siguieron su camino, dejando á los dos aventureros de mala traza y de peor talante. El primero que se resintió fué Sancho Panza, y hallándose junto á su señor, con voz enferma y lastimada dijo:

—Señor don Quijote, ¡ alı, señor don Quijote !

—¿Qué quieres, Sancho hermano? respondió don Quijote con el mismo tono afeminado y doliente que Sancho.

—Querría, si fuese posible, respondió Sancho Panza, que vuestra merced me diese dos tragos de aquella bebida del feo Blas, si es que la tiene vuestra merced ahí á mano; quizá será de prove-