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cuántas á Maritornes, la cual, sentida del dolor, echando á rodar la honestidad, dió el retorno á Sancho con tantas, que á su despecho le quitó el sueño; el cual, viéndose tratar de aquella manera y sin saber de quién, alzándose como pudo, se abrazó con Maritornes, y comenzaron entre los dos la más reñida y graciosa escaramuza del mundo. Viendo, pues, el arriero á la lumbre del candil del ventero, cual andaba su dama, dejando á don Quijote, acudió á dalle el socorro necesario: lo mismo hizo el ventero, pero con intención diferente, porque fué á castigar á la moza, creyendo, sin duda, que ella sola era la ocasión de toda aquella armonía. Y así, como suele decirse el gato al rato, el rato á la cuerda, la cuerda al palo, daba el arriero á Sancho, Sancho á la moza, la moza á él, el ventero á la moza, y todos menudeaban con tanta priesa que no se daban punto de reposo y fué lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y como quedaron ascuras, dábanse tan sin compasión todos á bulto, que á doquiera que ponían la mano, no dejaban cosa sana. Alojaba acaso aquella noche en la venta, un cuadrillero de los que llaman de la Santa Hermandad vieja de Toledo, el cual, oyendo asimismo el estraño estruendo de la pelea, asió de su media vara y de la caja de lata de sus títulos, y entró ascuras en el aposento diciendo: Ténganse á la justicia, ténganse á la Santa Hermandad. Y el primero con quien topó, fué con el apuñeado de don Quijote, que estaba en su derribado lecho, tendido boca arriba sin sentido alguno, y echándole á tiento mano á las barbas, no cesaba de decir: Favor á la justicia; pero viendo que el que tenía asido no se bullía ni meneaba, se dió á en-