Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo I (1908).pdf/172

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 170 —

el cielo de tanto bien como la ventura me había puesto en las manos, ó quizá (y esto es lo más cierto), que como tengo dicho, es encantado este castillo, al tiempo que yo estaba con ella en dulcísimos y amorosísimos coloquios, sin que yo la viese y supiese por donde venía, vino una mano pegada á algún brazo de algún descomunal gigante, y asentóme una puñada en las quijadas, tal que las tengo todas bañadas en sangre, y después me molió de tal suerte, que estoy peor que ayer cuando los arrieros que por demasías de Rocinante nos hicieron el agravio que sabes. Por donde conjeturo que el tesoro de la fermosura desta doncella le debe guardar algún encantado moro, y no debe de ser para mí.

—Ni para mí tampoco, respondió Sancho, porque más de cuatrocientos moros me han apcrreado, de manera que el molimiento de las estacas fué tortas y pan pintado. Pero dígame, señor, ¿cómo llama á esta buena y rara aventura habiendo quedado della cual quedamos? Aún vuestra merced menos mal, pues tuvo en sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho; pero yo ¿qué tuve sino los mayores porrazos que pienso recebir en toda mi vida? ¡Desdichado de mí, y de la madre que me parió, que ni soy caballero andante ni lo pienso ser jamás, y de todas las malandanzas me cabe la mayor parte!

—Luego también estás tú aporreado? respondió don Quijote.

—No le he dicho que sí, pese á mi linaje? dijo Sancho.

—No tengas pena, amigo, dijo don Quijote, que yo haré ahora el bálsamo precioso con que sanremos en un abrir y cerrar de ojos.