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—Qué tengo de dormir, pesia á mí? respondi Sancho, lleno de pesadumbre y de despecho; que no parece sino que todos los diablos han andado conmigo esta noche.

— —Puédeslo creer así, sin duda, respondió don Quijote, porque ó yo sé poco, ó este castillo es encantado, porque has de saber... mas esto que ahora quiero decirte, hasme de jurar que lo tendrás secreto hasta después de mi muerte.

—Sí juro, respondió Sancho.

—Digolo, respondió don Quijote, porque soy enemigo de que se quite la honra á nadie.

—Digo que sí juro, tornó á decir Sancho, que lo callaré hasta después de los días de vuestra merced, y plega á Dios que lo pueda descubrir mañana.

—Tan malas obras te hago, Sancho, respondió don Quijote, que me querrías ver muerto con tanta brevedad?

—No es por eso, respondió Sancho, sino porque soy enemigo de guardar mucho las cosas, y no querría que se me pudriesen de guardadas.

—Sea por lo que fuere, respondió don Quijote, que más fío de tu amor y de tu cortesía; y así has de saber que esta noche, me ha sucedido una de las más estrañas aventuras que yo sabré encarecer, y por contártela en breve, sabrás que poco ha que á mí vino la hija del señor deste castillo, que es la más apuesta y fermosa doncella que en gran parte de la tierra se puede hallar. ¿Qué te podría decir del adorno de su persona? ¿Qué de su gallardo entendimiento? ¿Qué de otras cosas ocultas, que por guardar la fe que debo á mi señora Dulcinea del Toboso, dejaré pasar intactas y en silencio? Sólo te quiero decir, que envidiose