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entrar; pero no hubo llegado á las paredes del corral (que no eran muy altas), cuando vió el mal juego que se le hacía á su escudero. Vióle bajar y subir por el aire, con tanta gracia y presteza, que si la cólera le dejara, tengo para mí que se riera. Probó á subir desde el caballo á las bardas, pero estaba tan molido y quebrantado, que aún apearse no pudo, y así, desde encima del caballo, comenzó á decir tantos denuestos y baldones á los que á Sancho manteaban, que no es posible acertar á escrebillos; mas no por esto cesaban ellos de su risa y de su obra, ni el volador Sancho dejaba sus quejas, mezcladas ya con amenazas, ya con ruegos; mas todo aprovechaba poco, ni aprovechó hasta que de puro cansados le dejaron.

Trujéronle allí su asno, y subiéndole encima le arroparon con su gabán, y la compasiva de Maritornes, viéndole tan fatigado, le pareció ser bien socorrelle con un jarro de agua, y así, se le trujo del pozo por ser más frío. Tomóle Sancho, y llevándole á la boca se paró á las voces que su amo le daba, diciendo:

—Hijo Sancho, no bebas agua, hijo, no la bebas, que te matará: ves, aquí tengo el santísimo bálsamo (y enseñábale la alcuza del brebaje), que con dos gotas que dél bebas sanarás sin duda.

A estas voces volvió Sancho los ojos como de través, y dijo con otras mayores :

Por dicha hásele olvidado á vuestra merced como yo no soy caballero, ó quiere que acabe de vomitar las entrañas que me quedaron de anoche? Guárdese su licor con todos los diablos, y déjeme á mí; y el acabar de decir esto y el comenzar á beber, todo fué uno; mas como al primer trago vió que era agua, no quiso pasar ade-