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—Yo soy tan venturoso, dijo Sancho, que cuando eso fuese y vuestra merced viniese á hallar espada semejante, sólo vendría á servir y aprovechar á los armados caballeros, como el bálsamo, y á los escuderos que se los papen duelos.

—No temas eso, Sancho, dijo don Quijote, que mejor lo hará el cielo contigo.

En estos coloquios iban don Quijote y su escudero, cuando vió don Quijote que por el camino que iban, venía hacia ellos una grande y espesa polvareda, y en viéndola se volvió á Sancho, y le dijo:

S —Este es el día, oh Sancho, en el cual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte:

este es el día, digo, en que se ha de mostrar tanto como en otro alguno el valor de mi brazo, y en el que tengo de hacer obras que queden escritas en el libro de la fama por todos los venideros siglos. ¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército que de diversas é innumerables gentes por allí viene marchando.

—A esa cuenta dos deben de ser, dijo Sancho, porque desta parte contraria se levanta asimismo otra semejante polvareda.

Volvió á mirarlo don Quijote y vió que así era la verdad, y alegrándose sobremanera, pensó sin duda alguna que eran dos ejércitos que venían á embestirse y á encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura. Porque tenía á todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas, encantamentos, sucesos, desatinos, amores, desafíos, que en los libros de caballerías se cuentan, y todo cuanto hablaba, pensaba ó hacía era encaminado á cosas semejantes; y la polvareda que