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el bálsamo del alcuza que él le había visto beber; y fué tanto el asco que tomó, que revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de perlas.

Acudió Sancho á su asno para sacar de las alforjas con que limpiarse, y con que curar á su amo, y como no las halló, estuvo á punto de perder el juicio: maldíjose de nuevo, y propuso en su corazón de dejar á su amo, y volverse á su tierra, aunque perdiese el salario de lo servido y las esperanzas del gobierno de la prometida, ínsula. Levantóse en esto don Quijote, y puesta la mano izquierda en la boca, porque no se le acabasen de salir los dientes, asió con la otra las riendas de Rocinante, que nunca se había movido de junto á su amo (tal era de leal y bien acondicionado), y fuese adonde su escudero estaba de pechos sobre su asno con la mano en la mejilla en guisa de hombre pensativo además. Y viéndole don Quijote de aquella manera con muestras de tanta tristeza, le dijo:

—Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden, son señales de que presto ha de serenar el tiempo, y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue, que habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Así que, no debes congojarte por las desgracias que á mí me suceden, pues á ti no te cabe parte dellas.

—¿Cómo no? respondió Sancho, ¿por ventura el que ayer mantearon, era otro que el hijo de mi padre? Y las alforjas que hoy me faltan con to¿ das mis alhajas, son de otro que del mismo?