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—¿Qué, te faltan las alforjas, Sancho? dijo don Quijote.

—Sí que me faltan, respondió Sancho.

—Dese modo no tenemos que comer hoy, replicó don Quijote.

—Eso fuera, respondió Sancho, cuando faltaran por estos prados las yerbas que vuestra merced dice que conoce, con que suelen suplir semejantes faltas los tan mal aventurados caballeros andantes como vuestra merced esza y —Con todo eso, respondió don Quijote, tomara yo ahora más aína un cuartal de pan, ó una hogados cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna. Mas con todo esto, sube en tu jumento, Sancho el bueno, y vente tras mí, que Dios, que es proveedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y más andando tan en su servicio como andamos, pues no falta á los mosquitos del aire, ni á los gusanillos de la tierra, ni á los renacuajos del agua, y es tan piadoso, que hace salir su sol sobre los buenos y malos, y llueve sobre los injustos y justos.

—Más bueno era vuestra merced, dijo Sancho, para predicador que para caballero andante.

—De todo sabían y han de saber los caballeros andantes, Sancho, dijo don Quijote, porque caballero andante hubo en los pasados siglos, que así se paraba á hacer un sermón ó plática en mitad de un campo real, como si fuera graduado por la universidad de París; de donde se infiere, que nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza.

—Ahora bien, sea así como vuestra merced dice, respondió Sancho, vamos ahora de aquí, y procu-