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Díaz, cuando quebró la silla del embajador de aquel rey delante de su Santidad el Papa, por lo cual le descomulgó, y anduvo aquel día el buen de don Rodrigo de Vivar como muy honrado y valiente caballero.

—En oyendo esto el bachiller, se fué, como queda dicho, sin replicar palabra. Quisiera don Quijote mirar si el cuerpo que venía en la litera eran huesos ó no, pero no lo consintió Sancho diciéndole:

—Señor vuestra merced ha acabado esta peligrosa aventura lo más á su salvo de todas las que yo he visto: esta gente, aunque vencida y desbaratada, podría ser que cayese en la cuenta de que los venció una sola persona, y corridos y avergonzados desto volviesen á rehacerse y á buscarnos, y nos diesen muy bien en qué entender: el jumento está como conviene, la montaña cerca, la hambre carga; no hay que hacer sino retirarnos con gentil compás de pies, y como dicen, váyase el muerto á la sepultura y el vivo á la hogaza; y antecogiendo su asno, rogó á su señor que le siguiese, el cual, pareciéndole que Sancho tenía razón, sin volverle á replicar le siguió; y á poco trecho que caminaban por entre dos montañuelas, se hallaron en un espacioso y escondido valle, donde se apearon, y Sancho alivió el jumento, y tendidos sobre la verde yerba, con la salsa de su hambre almorzaron, comieron, merendaron y cenaron á un mismo punto, satisfaciendo sus estómagos con más de una fiambrera que los señores clérigos del difunto (que pocas veces se dejan mal pasar) en la acémila de su repuesto traían. Mas sucedióles otra desgracia, que Sancho la tuvo por la peor de todas, y fué que no tenían vino que beber, ni aún agua que llegar á la boca; y acosados