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de la sed, dijo Sancho, viendo que el prado donde estaban estaba colmado de verde y menuda yerba, lo que se dirá en el siguiente capítulo.

CAPITULO XX

De la jamás vista ni oida aventura, que con más poco peligro fué acabada de famoso caballero en el mundo, como la que acabó el valeroso don Quijote de la Mancha.

—No es posible, señor mío, sino que estas yerbas dan testimonio de que por aquí cerca debe de estar alguna fuente ó arroyo que estas yerbas humedece, y así será bien que vamos un poco más adelante, que ya toparemos donde podremos mitigar esta terrible sed que nos fatiga, que sin duda causa mayor pena que la hambre.

Parecióle bien el consejo á don Quijote, y tomando de la rienda á Rocinante, y Sancho del cabestro á su asno, después de haber puesto sobre él los relieves que de la cena quedaron, comenzaron á caminar por el prado arriba, á tiento, porque la escuridad de la noche no les dejaba ver cosa alguna; mas no hubieron andado doscientos pasos, cuando llegó á sus oídos un grande ruido de agua, como que de algunos grandes y levantados riscos se despeñaba. Alegróles el ruido en gran manera, y parándose á escuchar hacia qué parte sonaba, oyeron á deshora otro estruendo que les aguó el contento del agua, especialmente á Sancho, que naturalmente era medroso y de poco ánimo. Digo