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sado, y me respondió que no sabía, en aquel mesmo instante se me fué á mí de la memoria cuanto me quedaba por decir, y á fe que era de mucha virtud y contento.

— De modo, dijo don Quijote, que ya la historia es acabada?

—Tan acabada es como mi madre, dijo Sancho.

—Dígote de verdad, respondió don Quijote, que tú has contado una de las más nuevas consejas, cuento ó historia que nadie pudo pensar en el mundo, y que tal modo de contarla ni dejarla jamás se podrá ver ni habrá visto en toda la vida, aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso; mas no me maravillo, pues quizá estos golpes que no cesan, te deben de tener turbado el entendimiento.

—Todo puede ser, respondió Sancho; mas yo sé que en lo de mi cuento no hay más que decir, que allí se acaba do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las cabras.

—Acabe norabuena donde quisiere, dijo don Quijote, y veamos si se puede mover Rocinante.

Tornóle á poner las piernas, y él tornó á dar saltos. y á estarse quedo: tanto estaba de bien atado. En esto parece ser, ó que el frío de la mañana, que ya venía, ó que Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas, ó que fuese cosa natural (que es lo que más se debe creer), á él le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él. Mas era tanto el miedo que había entrado en su corazón, que no osaba apartarse un negro de uña de su amo. Pues pensar de no hacer lo que tenía en gana, tampoco era posible, y así lo que hizo por bien de paz, fué soltar la mano derecha que tenía asida al arzón