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lo cual ya se daba al diablo don Quijote, y más cuando le oyó decir como por modo de fisga:

—Has de saber, oh Sancho amigo, que yo nací por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la dorada ó de oro. Yo soy aquél para quien están guardados los peligros, las hazañas grandes, los valerosos fechos; y por aquí fué repitiendo todas ó las más razones que don Quijote dijo la vez primera que oyeron los temerosos golpes.

Viendo, pues, don Quijote que Sancho hacía burla dél, se corrió y enojó en tanta manera, que alzó el lanzón y le asentó dos palos tales, que si como los recibió en las espaldas los recibiera en la cabeza, quedara libre de pagarle el salario, si no fuera á sus herederos. Viendo Sancho que sacaba tan malas veras de sus burlas, con temor de que su amo no pasase adelante en ellas, con mucha humildad le dijo:

—Sosiéguese vuestra merced, que por Dios que me burlo.

—Pues porque os burláis no me burlo yo, respondió don Quijote. Venid acá, señor alegre, ¿paréceos á vos, que si como estos fueron mazos de batán, fueran otra peligrosa aventura, no habría yo mostrado el ánimo que convenía para emprendella y acaballa? ¿Estoy yo obligado, á dicha (siendo como soy caballero), á conocer y distinguir los sones, y saber cuáles son de batanes ó no? Y más que podría ser, como es verdad, que no los he visto en mi vida, como vos los habéis visto, como villano ruin que sois criado y nacido entre ellos. Si no, haced vos que estos seis mazos se vuelvan en seis jayanes, y echádmelos á las barbas uno á uno, ó todos juntos, y cuando yo