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él á la ventura sin otro designio alguno. Yendo pues así caminando, dijo Sancho á su amo:

—Señor, ¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con él? que después que me puso aquel áspero mandamiento del silencio, se me han podrido más de cuatro cosas en el estómago; y una sola que ahora tengo en el pico de la lengua no querría que se malograse.

—Díla, dijo don Quijote, y sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo.

—Digo, pues, señor, respondió Sancho, que de algunos días á esta parte he considerado cuán poco se gana y granjea de andar buscando estas aventuras que vuestra merced busca por estos desiertos y encrucijadas de caminos donde ya que se venzan y acaben las más peligrosas no hay quien las vea ni sepa, y así se han de quedar en perpetuo silencio y en perjuicio de la intención de vuestra merced y de lo que ellas merecen. Y así me parece que sería mejor (salvo el mejor parecer de vuestra merced) que nos fuésemos á servir á algún emperador ó á otro príncipe grande que tenga alguna guerra, en cuyo servicio vuestra merced muestre el valor de su persona, sus grandes fuerzas y mayor entendimiento: que visto esto del señor á quien serviremos, por fuerza nos ha de remunerar á cada cual según sus méritos, y allí no faltará quien ponga en escrito las hazañas de vuestra merced para perpetua memoria. De las mías no digo nada, pues no han de salir de los límites escuderiles; aunque sé decir, que si se usa en la caballería escribir hazañas de escuderos, que no pienso que se han de quedar las mías entre renglones.

—No dices mal, Sancho, respondió don Quijo— -