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—No lo entiendo, dijo don Quijote; mas una de las guardas le dijo:

—Señor caballero, cantar en el ansia se dice entre la gente «non sancta» confesar en el tormento.

A este pecador le dieron tormento, y confesó su delito que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias, y por haber confesado le condenaron por seis años á galeras, amén de doscientos azotes que ya lleva en las espaldas; y va siempre pensativo y triste, porque los demás ladrones que allá quedan y aquí van, le maltratan y aniquilan y escarnecen y tienen en poco, porque confesó y no tuvo ánimo de decir nones; porque dicen ellos, que tantas letras tiene un no como un sí, y que harta ventura tiene un delincuente que está en su lengua su vida ó su muerte, y no en la de los testigos y probanzas; y para mí tengo que no van muy fuera de camino.

—Y yo lo entiendo así, respondió don Quijote, el cual pasando al tercero, preguntó lo que á los otros, el cual de presto y con mucho desenfado respondió, y dijo:

—Yo voy por cinco años á las señoras gurapas, por faltarme diez ducados.

—Yo daré veinte de muy buena gana, dijo don Quijote, por libraros desa pesadumbre.

—Eso me parece, respondió el galeote, como quien tiene dineros en mitad del golfo, y se está muriendo de hambre, sin tener adonde comprar lo que ha menester. Dígolo, porque si á su tiempo tuviera yo esos veinte ducados que vuestra merced ahora me ofrece, hubiera untado con ellos la péndola del escribano, y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover de Toledo, y no en este