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acertara á desearme: tal es la hermosura de Luscinda, doncella tan noble y tan rica como yo, pero de más ventura, y de menos firmeza de la que á mis honrados pensamientos se debía. A esta Luscinda amé, quise y adoré desde mis tiernos y primeros años, y ella me quiso á mí con aquella sencillez y buen ánimo que su poca edad le permitía.

Sabían nuestros padres nuestros intentos, y no les pesaba dello, porque bien veían que cuando pasaren delante no podían tener otro fin que el de casarnos, cosa que casi lo concertaba la igualdad de nuestro linaje y riquezas. Creció la edad, y con ella el amor de entrambos, que el padre de Luscinda le pareció que por buenos respetos estaba obligado á negarme la entrada de su casa, casi imitando en esto á los padres de aquella Tisbe tan decantada de los poetas. Y fué esta negación añadir llama á llama y deseo á deseo, porque aunque pusieron silencio á las lenguas, no le pudieron poner á las plumas, las cuales, con más libertad que las lenguas, suelen dar á entender á quien quieren lo que en el alma está encerrado, que muchas veces la presencia de la cosa amada turba y enmudece la intención más determinada y la lengua más atrevida. ¡Ay, cielos, y cuántos billetes la escribí!

¡ Cuán regaladas y honestas respuestas tuve !

1 Cuántas canciones compuse, y cuántos enamorados versos, donde el alma declaraba y trasladaba sus sentimientos, pintaba sus encendidos deseos, entretenía sus memorias y recreaba su voluntad !

En efeto, viéndome apurado, y que mi alma se consumía con el deseo de verla, determiné poner por obra y acabar en un punto lo que me pareció que más convenía para salir con mi deseado y merecido premio, y fué el pedírsela á su padre por le— -