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ñas, con otras cosas deste jaez que te han de admirar.

—Por amor de Dios, dijo Sancho, que mire vuestra merced cómo se da esas calabazadas, que á tal peña podrá llegar y en tal punto, que con la primera se acabase la máquina desta penitencia; y sería yo de parecer que ya que á vuestra merced le parece que son aquí necesarias calabazadas, y que no se puede hacer esta obra sin ellas, se contentase, pues todo esto es figido y cosa contrahecha y de burla, se contentase, digo, con dárselas en el agua, ó en alguna cosa blanda como algodón, y déjeme á mí el cargo, que yo diré á mi señora que vuestra merced se las daba en una punta de peña más dura que la de un diamante.

—Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho, respondió don Quijote; mas quiérote hacer sabidor de que todas estas cosas que hago no son de burlas, sino muy de veras, porque de otra manera sería contravenir á las órdenes de caballería, que nos mandan que no digamos mentira alguna, pena de relapsos, y el hacer una cosa por otra lo mismo es que mentir. Así que, mis calabazadas han de ser verdaderas, firmes y valederas, sin que lleven nada del sofístico ni del fantástico. Y será necesario que me dejes algunas hilas para curarme, pues que la ventura quiso que nos faltase el bálsamo que perdimos.

—Más fué perder el asno, respondió Sancho, pues se perdieron en él las hilas y todo; y ruégole á vuestra merced que no se acuerde más de aquel maldito brebaje, que en solo oirle mentar se me revuelve el alma, cuanto y más el estómago. Y más le ruego que haga cuenta que ya son pasados los tres días que me ha dado de término para ver las