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locuras que hace, que ya las doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada, y diré maravillas á mi señora; y escriba la carta y despácheme luego, porque tengo gran deseo de volver á sacar á vuestra merced deste purgatorio donde le dejo.

—Purgatorio le llamas, Sancho? dijo don Quijote: mejor hicieras de llamarle infierno, y aun peor si hay otra cosa que lo sea.

—Quien ha infierno, respondió Sancho, nula es retencio, según he oído decir.

—No entiendo qué quiere decir «retencio», dijo don Quijote.

—«Retencio»> es, respondió Sancho, que quien está en el infierno nunca sale dél, ni puede, lo cual será al revés en vuestra merced, ó á mí me andarán mal los pies, si es que llevo espuelas para avivar á ocinante; y póngame yo una por una en el Toboso y delante de mi señora Dulcinea, que yo le diré tales cosas de las necedades y locuras (que todo es uno) que vuestra merced ha hecho y queda haciendo, que la venga á poner más blanda que un guante, aun que la halle más dura que un alcornoque: con cuya respuesta dulce y melificada volveré por los aires como brujo, y sacaré á vuestra merced deste purgatorio que parece infierno, y no lo es, pues hay esperanza de salir dél, la cual, como tengo dicho, no la tienen de salir los que están en el infierno, ni creo que vuestra merced dirá otra cosa.

—Así es la verdad, dijo el de la Triste Figura:

¿pero qué haremos para escribir la carta?

—Y la libranza pollinesca también, añadió Sancho.

—Todo irá inserto, dijo don Quijote, y sería bueno, ya que no hay papel, que la escribiésemos co-