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mo hacían los antiguos en hojas de árboles ó en unas tablitas de cera, aunque tan dificultoso será hallarse eso ahora como el papel. Mas ya me ha venido á la memoria donde será bien y aun más que bien escribilla, que es en el librillo de memoria que fué de Cardenio, y tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares, donde haya maestro de escuela de muchachos, ó si no, cualquiera sacristán te la trasladará: y no se la dés á trasladar á ningún escribano, que hacen letra procesada, que no la entenderá Satanás.

—Pues qué se ha de hacer de la firma? dijo Sancho.

—Nunca las cartas de Amadís se firmaron, respondió don Quijote.

—Está bien, respondió Sancho, pero la libranza forzosamente se ha de firmar, y esa, si se traslada, dirán que la firma es falsa, y quedaremos sin pollinos.

—La libranza irá en el mismo librillo firmada, que en viéndola mi sobrina no pondrá dificultad en cumplilla; y en lo que toca á la carta de amores, pondrás por firma: «vuestro hasta la muerte, el caballero de la Triste Figura.» Y hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque á lo que yo me sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra mía ni carta mía, porque mis amores y los suyos han sido siempre platónicos, sin estenderse á más que á un honesto mirar, y aun esto tan de cuando en cuando, que osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la quiero más que á la lumbre destos ojos que ha de comer la tierra, no la he visto cuatro veces, y aun podrá ser que destas cuatro veces no hubiese ella