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sin muchas lágrimas de entrambos se despidió dél; y subiendo sobre Rocinante, á quien don Quijote encomendó mucho y que mirase por él como por su propia persona, se puso en camino del llano, esparciendo de trecho á trecho los ramos de la retama, como su amo se lo había aconsejado; y así se fué, aunque todavía le importunaba don Quijote, que le viese siquiera hacer dos locuras. Mas no hubo andado cien pasos, cuando volvió y dijo:

—Digo, señor, que vuestra merced ha dicho muy bien que para que pueda jurar sin cargo de conciencia que le he visto hacer locuras, será bien que vea siquiera una, aunque bien grande la he visto en la quedada de vuestra merced.

—¿No te lo decía yo? dijo don Quijote: espérate, Sancho, que en un credo te las haré: y desnudándose con toda priesa los calzones, quedó en carnes y en pañales y luego sin más ni más dió dos zapatetas en el aire, y dos tumbos de cabeza abajo y los pies en el alto, descubriendo cosas que por no verlas otra vez, volvió Sancho la rienda á Rocinante, y se dió por contento y satisfecho que podía jurar que su amo quedaba loco. Y así le dejaremos ir su camino, hasta la vuelta, que fué breve.

CAPITULO XXVI

Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo don Quijote en Sierra—Morena.

Y volviendo á contar lo que hizo el de la Triste Figura después que se vió solo, dice la historia, que así como don Quijote acabó de dar las tumbas vueltas de medio abajo desnudo y de medio arri-