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ba vestido, y que vió que Sancho se había ido sin querer aguardar á ver más sandeces, se subió sobre una punta de una alta peña, y allí tornó á pensar lo que muchas otras veces había pensado, sin haberse jamás resuelto en ello, y era, que cuál sería mejor y le estaría más á cuento, imitar á Roldán en las locuras desaforadas que hizo, ó á Amadís en las melancólicas; y hablando entre sí mismo decía: Si Roldán fué tan buen caballero y tan valiente como todos dicen, qué maravilla, pues al fin era encantado, y no le podía matar nadie si no era metiéndole un alfiler de á blanca por la planta del pie, y él traía siempre los zapatos con siete suelas de hierro: aunque no le valieron tretas con Bernardo del Carpio, que se las entendió, y le ahogó entre los brazos en Roncesvalles. Pero dejando en él lo de la valentía á una parte, vengamos á lo de perder el juicio, que es cierto que le perdió por las señales que halló en la fuente, y por las nuevas que le dió el pastor de que Angélica había dormido más de dos siestas con Medoro, un morillo de cabellos enrizados y paje de Agramante; y si él entendió que esto era verdad, y que su dama le había cometido desaguisado, no hizo mucho en volverse loco. Pero yo ¿cómo puedo imitalle en las locuras, si no le imito en la ocasión dellas? Porque mi Dulcinea del Toboso osare yo ju rar que no ha visto en todos los días de su vida moro alguno, así como él es en su mismo traje, que se está hoy como la madre que la parió; y haríale agravio manifiesto, si imaginando otra cosa della, me volviese loco de aquel género de locura de Roldán el furioso. Por otra parte veo que Amadís de Gaula, sin perder el juicio y sin hacer locuras, alcanzó tanta fama de enamorado como el -