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para trasladalla á su tiempo. Tornóla á decir otras tres veces, y otras tantas volvió á decir otros tres mil disparates. Tras esto contó asimismo las cosas de su amo; pero no habló palabra acerca del manteamiento que le había sucedido en aquella venta, en la cual rehusaba entrar. Dijo también cómo su señor, en trayendo que le trujese buen despacho de la señora Dulcinea del Toboso, se había de poner en camino á procurar como ser emperador ó por lo menos monarca, que así lo tenían concertado entre los dos, y era cosa muy fácil venir á serlo según era el valor de su persona y la fuerza de su brazo: y que en siéndolo, le había de casar á él, porque ya sería viudo, que no podía ser menos, y le había de dar por mujer á una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande estado de tierra firme, sin ínsulos ni ínsulas, que ya no las quería. Decía esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con tanto poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuán vehemente había sido la locura de don Quijote, pues había llevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que pues que no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y á ellos les sería de más gusto oir sus necedades; y así le dijeron que rogase á Dios por la salud de su señor, que cosa contingente y muy agible era venir con el discurso del tiempo á ser emperador, como él decía, ó por lo menos arzobispo ú otra dignidad equivalente. A lo cual respondió Sancho:

—Señores, si la fortuna rodease las cosas de manera que á mi amo le viniese en voluntad de