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ban el triste suceso y desventura que me estaba guardada. Llegué al lugar donde era enviado. Di las cartas al hermano de don Fernando, fuí bien recebido, pero no bien despachado, porque me mandó aguardar, bien á mi disgusto, ocho días, y en parte donde el Duque su padre no me viese, porque su hermano le escribía que le enviase cierto dinero sin su sabiduría; y todo fué invención del falso don Fernando, pues no faltaban á su hermano dineros para despacharme luego. Orden y mandato fué éste que me puso en condición de no obedecerle por parecerme imposible sustentar tantos días la vida en el ausencia de Luscinda, y más habiéndola dejado con la tristeza que os he contado. Pero con todo esto obedecí como buen criado, aunque veía que había de ser á costa de mi salud. Pero á los cuatro días que allí llegué, llegó un hombre en mi busca con una carta que me dió, que en el sobrescrito conocí ser de Luscinda, porque la letra dél era suya. Abríla temeroso y con sobresalto, creyendo que cosa grande debía de ser la que le había movido á escribirme estando ausente, pues presente pocas veces lo hacía. Preguntéle al hombre, antes de leerla, quién se la había dado y el tiempo que había tardado en el camino. Díjome que acaso pasando por una calle de la ciudad á la hora de mediodía, una señora muy hermosa le llamó desde una ventana, los ojos llenos de lágrimas, y con mucha priesa le dijo: Hermano, si sois cristiano, como parecéis, por amor de Dios os ruego que encaminéis luego esta carta al lugar y á la persona que dice el sobrescrito, que todo es bien conocido, y en ello haréis un gran servicio á nuestro Señor; y para que no os falte comodidad de poderlo hacer, tomad lo que va en este