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1 pañuelo; y diciendo esto, me arrojó por la ventana un pañuelo, donde venían atados cien reales y esta sortija de oro que aquí traigo, con esa carta que os he dado. Y luego, sin aguardar respuesta mía, se quitó de la ventana, aunque primero vió como yo tomé la carta y el pañuelo, y por señas le dije que haría lo que me mandaba. Y así, viéndome tan bien pagado del trabajo que podía tomar en traérosla, y conociendo por el sobrescrito que érades vos á quien se enviaba, porque yo, señor, os conozco muy bien, y obligado asimismo de las lágrimas de aquella hermosa señora, determiné de no fiarme de otra persona, sino venir yo mismo á dárosla; y en diez y seis horas que ha que se me dió, he hecho el camino que sabéis, que es diez y ocho leguas. En tanto que el agradecido y nuevo correo esto me decía, estaba yo colgado de sus palabras, temblándome las piernas, de manera que apenas podía sostenerme. En efeto, abrí la carta, y ví que contenía estas razones: «La pa»>labra que don Fernando os dió de hablar á vues»tro padre para que hablase al mío, la ha cumpli»do mucho más en su gusto que en vuestro prove»cho. Sabed, señor, que él me ha pedido por es»posa, y mi padre, llevado de la ventaja que él »piensa que don Fernando os hace, ha venido en »lo que quiere, con tantas veras, que de aquí á »dos días se ha de hacer el desposorio, tan secreto »y tan á solas, que sólo han de ser testigos los cie»los y alguna gente de casa. Cual yo quedo, ima»ginaldo: si os cumple venir, veldo; y si os quie»>ro bien ó no, el suceso deste negocio os lo dará á »entender. A Dios plega que esta llegue á vues»tras manos, antes que la mía se vea en condición