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324 bien que en aquel instante había perdido: quedé falto de consejo, desamparado á mi parecer de todo el cielo, hecho enemigo de la tierra que me sustentaba, negándome el aire aliento para mis suspiros, y el agua humor para mis ojos: sólo el fuego se acrecentó de manera, que todo ardía de rabia y de celos. Alborotáronse todos con el desmayo de Luscinda, y desabrochándole su madre el pecho para que le diese el aire, se descubrió en él un papel cerrado, que don Fernando tomó luego, y se le puso á leer á la luz de una de las hachas; y en acabando de leerle, se sentó en una silla y se puso la mano en la mejilla con muestras de hombre muy pensativo, sin acudir á los remedios que á su esposa se hacían para que del desmayo volviese. Yo, viendo alborotada toda la gente de casa, me aventuré á salir, ora fuese visto ó no, con determinación que si me viesen, de hacer un desatino tal, que todo el mundo viniera á entender la justa indignación de mi pecho en el castigo del falso don Fernando, y aun en el mudable de la desmayada traidora; pero mi suerte, que para mayores males, si es posible que los haya, me debe tener guardado, ordenó que en aquel punto me sobrase el entendimiento que después acá me ha faltado; y así sin querer tomar venganza de mis mayores enemigos (que por estar tan sin pensamiento mío, fuera fácil tomarla), quise tomarla de mi mano, y ejecutar en mí la pena que ellos merecían, y aun quizás con más rigor del que con ellos se usara, si entonces les diera muerte, pues la que se recibe repentina, presto acaba la pena; mas la que se dilata con tormentos, siempre mata sin acabar la vida. En fin, yo salí de aquella casa, y vine á la de aquel donde había dejado la mula; hice que