Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo I (1908).pdf/327

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me la ensillase, sin despedirme dél subí en ella, y salí de la ciudad, sin osar como otro Lot volver el rostro á miralla; y cuando me ví en el campo solo, y que la obscuridad de la noche me encubría y su silencio convidaba á quejarme, sin respeto ó mie—do de ser escuchado ni conocido, solté la voz y desaté la lengua en tantas maldiciones de Luscinda y de don Fernando, como si con ellas satisficiera el agravio que me habían hecho. Díle títulos de cruel, de ingrata, de falsa y de desagradecida, pero sobre todo de codiciosa, pues la riqueza de mi enemigo la había cerrado los ojos de la voluntad para quitármela á mí, y entregarla á aquél con quien más liberal y franca la fortuna se había mostrado: y en mitad de la fuga de estas maldiciones y vituperios la disculpaba, diciendo que no era mucho que una doncella recogida en casa de sus padres, hecha y acostumbrada siempre á obedecerlos, hubiese querido condescender con su gusto, pues le daban por esposo á un caballero tan principal, tan rico y tan gentilhombre, que á no querer recebirle, se podía pensar ó que no tenía juicio, ó que en otra parte tenía la voluntad, cosa que redundaba tan en perjuicio de su buena opinión y fama. Luego volvía diciendo, que puesto que ella dijera que yo era su esposo, vieran ellos que no había hecho en escogerme tan mala elección que no la disculparan, pues antes de ofrecérseles don Fernando, no pudieron ellos mismos acertar ó desear, si con razón midiesen su deseo, otro mejor que yo para esposo de su hija; y que bien pudiera ella antes de ponerse en el trance forzoso y último de dar la mano, decir que ya yo le había dado la mía; que yo viniera y condescendiera con todo cuanto ella acertara á fingir en este