Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo I (1908).pdf/343

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tileza, que acompañada con tantas muestras de verdadero amor, pudieran rendir á otro tan libre y recatado corazón como el mío. Llamé á mi criada, para que en la tierra acompañase á los testigos del cielo: tornó don Fernando á reiterar y confirmar sus juramentos, añadió á los primeros nuevos santos por testigos, echóse mil futuras maldiciones si no cumpliese lo que me prometía, volvió á humedecer sus ojos y á acrecentar sus suspiros, apretóme más entre sus brazos, de los cuales jamás me había dejado; y con esto, y con volverse á salir del aposento mi doncella, yo dejé de serlo, y él acabó de ser traidor y fementido.

El día que sucedió á la noche de mi desgracia, se venía aún no tan apriesa como yo pienso que don Fernando deseaba, porque después de cumplido aquello que el apetito pide, el mayor gusto que puede venir es apartarse de donde le alcanzaron. Digo esto, porque don Fernando dió priesa por partirse de mí, y por la industria de mi doncella, que era la misma que allí le había traído, antes que amaneciese se vió en la calle, y al despedirse de mí, aunque no con tanto ahinco y vehemencia como cuando vino, me dijo que estuviese segura de su fe, y de ser firmes y verdaderos sus juramentos, y para más confirmación de su palabra sacó un rico anillo del dedo y lo puso en el mío. En efeto, él se fué, y yo quedé ni sé si triste ó alegre: esto sé bien decir, que quedé confusa y pensativa, y casi fuera de mí con el nuevo acaecimiento, y no tuve ánimo, ó no se me acordó de reñir á mi doncella por la traición cometida de encerrar á don Fernando en mi aposento, porque aun no me determinaba si era bien ó mal el que me había sucedido. Díjele al partir á don