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y á despecho de los follones que contradecirlo quisieren; y manos á la labor, que en la tardanza dicen que suele estar el peligro.

La menesterosa doncella, pugnó con mucha porfía por besarle las manos; mas don Quijote, que en todo era comedido y cortés caballero, jamás lo consintió, antes la hizo levantar, y la abrazó con mucha cortesía y comedimiento, y mandó á Sancho que requiriese las cinchas á Rocinante, y le armase luego al punto. Sancho descolgó las armas que como trofeo de un árbol estaban pendientes, y requiriendo las cinchas, en un punto armó á su señor, el cual viéndose armado, dijo: Vamos de aquí en el nombre de Dios á favorecer á esta gran señora. Estábase el barbero aun de rodillas, teniendo gran cuenta de disimular la risa y de que no se le cayese la barba, con cuya caída quizá quedaran todos sin conseguir su buena intención; y viendo que ya el don estaba concedido, y con la diligencia que don Quijote se alistaba para ir á cumplirle, se levantó y tomó de la otra mano á su señora, y entre los dos la subieron en la mula. Luego subió don Quijote sobre Rocinante, y el barbero se acomodó en su cabalgadura, quedándose Sancho á pie, donde de nuevo se le renovó la pérdida del rucio, con la falta que entonces le hacía; mas todo lo llevaba con gusto por parecerle que ya su señor estaba puesto en camino y muy á pique de ser emperador; porque sin duda alguna pensaba que se había de casar con aquella princesa y ser por lo menos rey de Micomicón. Sólo le daba pesadumbre el pensar que aquel reino era en tierra de negros, y que la gente que por sus vasallos le diesen, habían de ser todos negros; á lo cual hizo en su imaginación un buen remedio y díjose á sí mismo:

—¿Qué se me da á mí que mis vasallos sean ne-