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cortesano, que no consentirá que una persona eclesiástica vaya á pie pudiendo ir á caballo.

—Así es, respondió el barbero, y apeándose en un punto, convidó al cura con la silla, y él la tomó sin hacerse mucho de rogar: y fué el mal, que al subir á las ancas el barbero, la mula, que en efecto era de alquiler, que para decir que era mala esto basta, alzó un poco los cuartos traseros, y dió dos coces en el aire, que á darlas en el pecho de maese Nicolás ó en la cabeza, él diera al diablo la venida por don Quijote. Con todo eso le sobresaltaron de manera, que cayó en el suelo con tan poco cuidado de las barbas, que se le cayeron, y como se vió sin ellas, no tuvo otro remedio sino acudir á cubrirse el rostro con ambas manos, y á quejarse que le habían derribado las muelas. Don Quijote, como vió todo aquel mazo de barbas sin quijadas y sin sangre lejos del rostro del escudero caído; dijo:

Vive Dios, que es gran milagro este: las barbas le ha derribado y arrancado del rostro, como, si las quitaran aposta. El cura, que vió el peligro que corría su invención de ser descubierta, acudió luego á las barbas, y fuese con ellas donde yacía maese Nicolás dando aún voces todavía, y de un golpe, llegándole la cabeza á su pecho, se las puso, murmurando sobre él unas palabras, que dijo que eran cierto ensalmo apropiado para pegar barbas, como lo verían; y cuando se las tuvo puestas, se apartó y quedó el escudero tan bien barbado y tan sano como de antes, de que se admiró don Quijote sobremanera, y rogó al cura que cuando tuviese lugar, le enseñase aquel ensalmo, que él entendía que su virtud á más de pegar barbas se debía de extender, pues estaba claro, que de donde las barbas se quitasen, había de quedar la carne llagada HOME