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primiré la justa cólera que ya en mi pecho se había levantado, y iré quieto y pacífico hasta tanto que os cumpla el don prometido; pero en pago deste buen deseo os suplico que me digáis, si no se os hace de mal, ¿cuál es la vuestra cuita, y cuántas, quiénes y cuáles son las personas de quien os tengo de dar debida, satisfecha y entera venganza?

—Eso haré yo de gana, respondió Dorotea, si es que no os enfada oir lástimas y desgracias.

—No enfadará, señora mía, respondió don Quijote. A lo que respondió Dorotea:

esténme vuestras mercedes aten—Pues así es, L tos.

—No hubo ella dicho esto, cuando Cardenio y el barbero se le pusieron al lado, deseosos de ver cómo fingía su historia la discreta Dorotea, y lo mismo hizo Sancho, que tan engañado iba con ella como su amo; y ella, después de haberse puesto bien en la silla, y prevenidos con toser y hacer otros ademanes, con mucho donaire comenzó á decir desta manera:

—Primeramente, quiero que vuestras mercedes sepan, señores míos, que á mí me llaman... y detúvose aquí un poco, porque se le olvidó el nombre que el cura le había puesto; pero él acudió al remedio, porque entendió en lo que reparaba, y dijo:

—No es maravilla, señora mía, que la vuestra grandeza se turbe y empache contando sus desventuras, que ellas suelen ser tales, que muchas veces quitan la memoria á los que maltratan, de tal manera, que aún de sus mismos nombres no se les acuerda, como han hecho con vuestra gran señoría, que se ha olvidado que se llama la princesa Micomicona, legítima heredera del gran reino Micomicón; y con este apuntamiento puede la