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—Dígolo, respondió, porque estos palos de agora más fueron por la pendencia que entre los dos trabó el diablo la otra noche, que por lo que dije contra mi señora Dulcinea, á quien amo y reverencio como á una reliquia, aunque en ella no la haya, sólo por ser cosa de vuestra merced.

—No tornes á esas pláticas, Sancho, por tu vida, dijo don Quijote, que me dan pesadumbre:

ya te perdoné entonces, y bien sabes tú que suele decirse, á pecado nuevo penitencia nueva.

Mientras esto pasaba, vieron venir por el camino donde ellos iban á un hombre, caballero sobre un jumento, y cuando llegó cerca les pareció que era gitano; pero Sancho Panza, que do quiera que veía asnos se le iban los ojos y el alma, apenas hubo visto al hombre, cuando conoció que era Ginés de Pasamonte, y por el hilo del gitano sacó el ovillo de su asno, como era la verdad, pues era el rucio sobre que Pasamonte venía: el cual por no ser conocido y por vender el asno, se había puesto en traje de gitano, cuya lengua y otras muchas sabía muy bien hablar como si fueran naturales suyas. Vióle Sancho y conocióle, y apenas le hubo visto y conocido, cuando á grandes voces le dijo:

— Ah ladrón Ginesillo, deja mi prenda, suelta mi vida, no te empaches con mi descanso, deja mi asno, deja mi regalo, huye, puto, auséntate, ladrón, y desampara lo que no es tuyo!

No fueron menester tantas palabras ni baldones, porque á la primera saltó Ginés, y tomando un trote que parecía carrera, en un punto se ausentó y alejó de todos. Sancho llegó á su rucio, y abrazándole le dijo: ¿Cómo has estado, bien mío, rucio de mis ojos, compañero mío? y con esto le