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<—375prosiguió don Quijote con la suya, y dijo á Sancho:

—Echemos, Panza amigo, pelillos á la mar en esto de nuestras pendencias, y dime ahora, sin tener cuenta con enojo ni rencor alguno, ¿dónde, cómo y cuánto hallaste á Dulcinea? ¿qué hacía?

¿qué le dijiste? ¿qué te respondió? ¿qué rostro hizo cuando leía mi carta? ¿quién te la trasladó? y todo aquello que vieres que en este caso es digno de saberse, de preguntarse y satisfacerse, sin que añadas ó mientas por darme gusto, ni menos te acortes por no quitármele.

—Señor, respondió Sancho, si va á decir la verdad, la carta no me la trasladó nadie, porque yo no llevé carta alguna.

— es como tú dices, dijo don Quijote, porque el librillo de memoria, donde yo la escribí, le hallé en mi poder á cabo de dos días de tu partida, lo cual me causó grandísima pena, por no saber lo que habías tú de hacer, cuando te vieses sin carta; y creí siempre que te volverías desde el lugar donde la echaras menos.

—Así fuera, respondió Sancho, si no la hubiera yo tomado en la memoria, cuando vuestra merced me la leyó, de manera que se la dije á un sacristán, que me la trasladó del entendimiento tan punto por punto, que dijo que en todos los días de su vida, aunque había leído muchas cartas de descomunión, no había visto ni leído tan linda carta como aquella.

—Y tiénesla todavía en la memoria, Sancho?

dijo don Quijote.

—No, señor, respondió Sancho, porque después que la di, como vi que no había de ser de más provecho, di en olvidalla: y si algo se me acuerda, es PEGA