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L —Digote, Sancho, dijo don Quijote, que estás en lo cierto, y que habré de tomar tu consejo en cuanto á ir antes con la princesa que á ver á Dulcinea: y avísote que no digas nada á nadie, ni á los que con nosotros vienen, de lo que aquí hemos departido y tratado, que pues Dulcinea es tan recatada, que no quiere que se sepan sus pensamientos, no será bien que yo ni otro por mí los descubra.

—Pues si eso es así, dijo Sancho, ¿cómo hace vuestra merced que todos los que vence por su brazo se vayan á presentar ante mi señora Dulcinea, siendo esto firmar de su nombre, que la quiere bien y que es su enamorado? Y siendo forzoso que los que fuesen se han de ir á hincar de finojos ante su presencia, y decir que van de parte de vuestra merced á dalle la obediencia, ¿cómo se pueden encubrir los pensamientos de entrambos?

—¡Oh, qué necio y qué simple que eres ! dijo don Quijote: ¿tú no ves, Sancho, que eso todo redunda en su mayor ensalzamiento? Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería es gran honra, tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se estiendan más sus pensamientos que á servilla por sólo ser ella quién es, sin esperar otro premio de sus muchos y buenos deseos; sino que ella se contente de acetarlos por sus caballeros.

—Con esa manera de amor, dijo Sancho, he oído yo predicar que se ha de amar á nuestro Señor por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria ó temor de pena, y aunque yo le querría amar y servir por lo que pudiese.

—Válate el diablo por villano, dijo don Quijo-