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— Así que no escusarás con el secreto tu dolor, antes tendrás que llorar contino, si no lágrimas de los ojos, lágrimas de sangre del corazón, como las lloraba aquel simple doctor, que nuestro poeta nos cuenta que hizo la prueba del vaso, que con mejor discurso se escusó de hacerla el prudente Reinaldos; que puesto que aquello sea ficción poética, tiene en sí encerrados secretos morales, dignos de ser advertidos y entendidos é imitados:

cuanto más, que con lo que ahora pienso decirte, acabarás de venir en conocimiento del gran error que quieres cometer. Dime, Anselmo, si el cielo ó la suerte buena te hubiera hecho señor y legítimo posesor de un finísimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviesen satisfechos cuantos lapidarios le viesen, que todos á una voz y de común parecer dijesen que llegaba en quilates, bondad y fineza cuanto se podía estender la naturaleza de tal piedra, y tú mismo lo creyeses así sin saber otra cosa en contrario, sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel diamante, y ponerle entre un yunque y un martillo, y allí á pura fuerza de golpes y brazos probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y más, si lo pusieses por obra, que puesto caso que la piedra hiciese resistencia á tan necia prueba, no por eso se le añadirá más valor ni más fama; y si se rompiese, cosa que podría ser, ¿no se perdía todo? Sí, por cierto, dejando á su dueño en estimación de que todos le tengan por simple. Pues haz cuenta, Ânselmo amigo, que Camila es finísimo diamante, así en tu estimación como en la ajena, y que no es razón ponerla en contingencia de que se quiebre, pues aunque se quede con su entereza, no puede subir á más valor del que ahora tiene; y