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sas que quieras ha de redundar en pérdida de tu crédito y fama. Mejor es que disimules tu agravio, y no des lugar á que este mal hombre entre ahora en esta casa y nos halle solas; mira, señora, que somos flacas mujeres, y él es hombre y determinado, y como viene con aquel mal propósito ciego y apasionado, quizás antes que tú pongas en ejecución el tuyo, hará él lo que te estaría más mal que quitarte la vida. Mal haya mi señor Anselmo, que fanta mano ha querido dar á este desuellacaras en su casa; y ya, señora, que le mates, como yo pienso que quieres hacer, ¿qué hemos de hacer dél después de muerto?

—¿Qué, amiga? respondió Camila: dejarémosle para que Anselmo le entierre, pues será justo que tenga por descanso el trabajo que tomare en poner debajo de la tierra su misma infamia. Llámale, acaba, que todo el tiempo que tardo en tomar la debida venganza de mi agravio, parece que ofendo á la lealtad que á mi esposo debo.

Todo esto escuchaba Anselmo, y á cada palabra que Camila decía se le mudaban los pensamientos; mas cuando entendió que estaba resuelta en matar á Lotario, quiso salir y descubrirse, porque tal cosa no se hiciese; pero detúvole el deseo de ver en qué paraba tan gallarda y honesta resolución, con propósito de salir á tiempo que la estorbase. Tomóle en esto á Camila un fuerte desmayo, y arrojándose encima de una cama que allí estaba, comenzó Leonela á llorar muy amargamente, y á decir:

—¡Ay desdichada de mí, si fuese tan sin ventura que se muriese aquí entre mis brazos la flor de la honestidad del mundo, la corona de las buenas mujeres, el ejemplo de la castidad! con otras rosas á estas semejantes, que ninguno la escucha-