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tapices donde se había escondido, y de todo se admiraba, y ya le pareciera que lo que había visto y oído era bastante satisfación para mayores sospechas y ya quisiera que la prueba de venir Lotario faltara, temeroso de algún mal repentino suceso. Y estando ya para manifestarse, y salir para abrazar y desengañar á su esposa, se detuvo porque vió que Leonela volvía con Lotario de la mano, y así como Camila le vió, haciendo con la daga en el suelo una gran raya delante della, le dijo:

—Lotario, advierte lo que te digo: si á dicha te atrevieres á pasar desta raya que ves, ni aun llegar á ella, en el punto que viere que lo intentas, en ese mismo me pasaré el pecho con esta daga que en las manos tengo, y antes que á esto me respondas palabra, quiero que otras algunas me escuches, que después responderás lo que más te agradare. Lo primero quiero, Lotario, que me digas si conoces á Anselmo mi marido, y en qué opinión le tienes; y lo segundo, quiero saber también si me conoces á mí. Respóndeme á esto, y no te turbes ni pienses mucho lo que has de responder, pues no son dificultades las que te pregunto.

No era tan ignorante Lotario que desde el primer punto que Camila le dijo que hiciese esconder á Anselmo, no hubiese dado en la cuenta de lo que ella pensaba hacer, y así correspondió con su intención tan discretamente y tan á tiempo que hicieran los dos pasar aquella mentira por más que cierta verdad; y así respondió á Camila desta manera:

—No pensé yo, hermosa Camila, que me llamabas para preguntarme cosas tan fuera de la intención con que yo aquí vengo. Si lo haces por dilatarme la prometida merced, desde más lejos pudie-