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ras entretenerla, porque tanto más fatiga el bien deseado, cuanto la esperanza está más cerca de poseello; pero porque no digas que no respondo á tus preguntas, digo que conozco á tu esposo Anselmo, y nos conocemos los dos desde nuestros más tiernos años; y no quiero decir lo que tú también sabes de nuestra amistad por no hacerme testigo del agravio que el amor hace que le haga, poderosa disculpa de mayores yerros. A ti te conozco y tengo en la misma posesión que él tiene, que á no ser así, por menos prendas que las tuyas no había yo de ir contra lo que debo á ser quien soy, y contra las santas leyes de la verdadera amistad, ahora por tan poderoso enemigo como el amor por mí rompidas y violadas.

—Si eso confiesas, respondió Camila, enemigo mortal de todo aquello que justamente merece ser amado, ¿con qué rostro osas parecer ante quien sabes que es el espejo donde se mira aquel en quien tú te debieras mirar, para que vieras con cuán poca ocasión le agravias? Pero ya caigo jay des—dichada de mí! en la cuenta de quién te ha hecho tener tan poca con lo que á tí mismo debes, que debe de haber sido alguna desenvoltura mía, que no quiero llamarla deshonestidad, pues no habrá procedido de la deliberada determinación, sino de algún descuido de los que las mujeres, que piensan que no tienen de quien recatarse, suelen hacer inadvertidamente. Si no, dime: ¿cuándo, oh traidor, respondí á tus ruegos con alguna palabra ó señal que pudiese despertar en tí la esperanza de cumplir tus infames deseos? ¿Cuándo tus amorosas palabras no fueron deshechas y reprehendidas de las mías con rigor y con aspereza? ¿Cuándo tus muchas promesas y mayores dádivas fueron de